El 2 de abril se conmemorará en Argentina el 30º aniversario del conflicto del Atlántico Sur, que en 1982 enfrentó al país con el Reino Unido en una disputa por la soberanía de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. En este clima y ante una creciente escalada diplomática entre ambos países, dos hechos centran las miradas en el otro lado de la Cordillera de los Andes, específicamente en Chile.
Por un lado, el arribo a Santiago-el 12 de marzo- del secretario de Estado de Relaciones Exteriores del Reino Unido Jeremy Browne- para una visita que se prolongó por dos días- no carece de significación si pensamos en el segundo hecho: la visita al mismo país, de la Presidenta argentina, Cristina Kirchner, tan solo tres días después.
Hablar de Malvinas en Argentina, o hacerlo en Chile, inevitablemente expande por el aire una extraña sensación de “desconfianza”. Este sentimiento no nace en el año 1982, sino que viene tomando fuerza y arraigándose en la opinión pública ya desde el siglo XIX; siglo que vio nacer a ambos países como Estados-Nación.
Las hipótesis de conflicto, eran en el siglo XIX y lo fueron en el siglo XX, moneda corriente en la relación entre Santiago y Buenos Aires. Ambos Estados, herederos de la Corona española por medio del principio uti possidetis iuris; han ocupado gran parte de su relación en la búsqueda de soluciones a los problemas limítrofes que se sucedían al momento de hacer valer los documentos históricos sobre el terreno, principalmente en torno a la Patagonia.
En 1978 el conflicto por el Canal de Beagle estuvo a punto de llevar a la guerra a los dos países. Finalmente en 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad que determinó “la solución completa y definitiva” al fijar el límite en disputa, e incorporó el importante principio de solución pacífica para eventuales controversias entre ambos Estados.
Entonces, si en 1982 no nace la sensación de desconfianza, si es cierto que el conflicto del Atlántico Sur fue la oportunidad para que se enraizara con más fuerza en la opinión pública de cada país: Argentina, gobernada por una dictadura militar, enfrentó a una potencia militar de primer orden, sin contar con el apoyo chileno, quien gobernado por el dictador Augusto Pinochet optó por apoyar a Gran Bretaña.
Pero, ¿qué implicancias reales tiene en las relaciones bilaterales esta sensación de desconfianza?
La Concertación de Partidos por la Democracia (más conocida como La Concertación a secas) que gobernó Chile desde 1990 hasta el año 2010, emprendió un gradual distanciamiento de la postura de apoyo material y político al gobierno de ocupación colonial de las Islas-que había sido característico de la dictadura pinochetista- a una actitud más amistosa con Buenos Aires. De acuerdo a Cristian Leyton Salas esto ocurrió, primero, buscando establecerse como un tercer actor conciliador entre las partes, luego, convirtiéndose en un verdadero aliado de Argentina en su demanda por la restitución de las Islas a su soberanía.
Las relaciones actuales entre ambos pueblos latinoamericanos están en un gran momento histórico. Argentina fue el primer destino internacional del Presidente Sebastián Piñera, inmediato a las elecciones. Las relaciones a nivel subnacional han crecido de manera notable: el proyecto de integración física materializado en el futuro Túnel Internacional Paso Aguas Negras en la IV Región, ha sido entusiastamente promovido por el Gobernador de San Juan (Argentina) y por la Intendencia Regional de Coquimbo (Chile). En este sentido también sirven de ejemplo el anhelo de una pronta concreción de los Ferrocarriles Trasandino del Norte, Trasandino Central y Trasandino del Sur, agilizando las obras de infraestructura necesarias en cada país para facilitar la circulación entre puertos sobre el Atlántico y sobre el Pacífico. No obstante, parecerían ser sobre todo las relaciones en materia de defensa, las que disiparían la tesis de desconfianza entre los Gobiernos.
La Fuerza de Paz Combinada (iniciativa inédita en la región que demuestra el grado de cooperación entre las FF.AA.) constituye un gesto de enorme madurez en la relación binacional, que demuestra claramente la disposición chilena y argentina a construir un futuro común sobre la base de la cooperación por la paz.
La llegada de Jeremy Browne a Chile y sus críticas a Buenos Aires a raíz del conflicto por las islas Malvinas, reaniman la sensación de desconfianza; pero son los datos concretos, quienes nos demuestran que tal sensación solo existiría a nivel de la opinión pública.
La diplomacia británica fracasó a mediados de enero cuando envió a Brasil a su Canciller William Hague en búsqueda de apoyos. Chile, parecería ser la última carta que le queda jugar al Reino Unido. Pero el país transandino se mantuvo fiel a su postura: tener una relación constructiva con sus vecinos, y en este sentido apoyar “los legítimos derechos de la República Argentina en la disputa de soberanía relativa a la cuestión de las referidas islas” como ya fue manifestado en 2008 junto a otros países de la región.
La visita de Cristina Kirchner a Chile también puede leerse como una muestra más de la inexistencia de desconfianza a nivel oficial y constituye una refundación de las relaciones. Sebastian Piñera se expresó en este sentido: “el pasado ya está escrito, pero el futuro depende de lo que sepamos construir a partir de esta unidad”. En este marco, los programas acordados vinculados a la salud, la infraestructura y la educación, y los relativos a la conexión física como el arriba menciondo Túnel Internacional Paso Aguas Negras que vendría a concretar el anhelo de un corredor que una Porto Alegre, en el Atlántico brasileño, con Coquimbo en el Pacífico (acuerdo que naturalmente concentró los esfuerzos debido a que ambos países comparten la tercer frontera más larga del mundo-5.300 Km de largo) son los datos concretos sobre los que debemos pararnos al momento de evaluar las relaciones argentino-chilenas y constituyen también la base para arriesgar un pronóstico futuro.
La renovación del apoyo chileno al reclamo argentino por Malvinas y el compromiso de cumplir con la disposición de que barcos con la bandera de la islas no pueden ingresar a sus puertos (medida aprobada por la Unasur y el Mercosur) es otro hecho importante para tener en cuenta.
La consolidación y profundización de los vínculos a nivel gubernamental, será positivo para fortalecer los lazos entre las sociedades, y permitirá dicipar ese fantasma histórico de desconfianza, que como observamos, solo circula en la opinión pública. Son los gobiernos quienes tienen la responsabilidad de no hacer uso político de esta “desconfianza”, sentimiento que puede desatar otras fuerzas más peligrosas, que podrían poner un freno, a este proceso histórico de afianzamiento de relaciones mutuamente beneficiosas; único camino hacia la Patria Grande Latinoamericana.