Más allá de los sueños

Escocia.
Imaginad una tierra fértil, blanda, en la cual el verde encuentra todos sus matices, logrando brillar incluso cuando el agua lo sumerge…

Imaginad una tierra irregular, móvil, surcada de grandes ríos libres, no contenidos por ningún dique, no sobrepasados por ningún puente, ríos que corren impetuosos y amenazantes, hinchados de lluvia, o bien calmos, cuando el sol los mece, resbalan languidos sobre las pendientes y diseñan formas abstractas a lo largo de los inmensos campos, no cultivados…


Imaginad tanta agua que cae fría del cielo y que llega ventosa del océano, agua en todas partes y vuestros ojos húmedos que apenas alcanzan a distinguir el paisaje esfumado, como si el viento lo estuviese borrando justo delante de vuestras miradas atónitas que buscan de sacarle el máximo posible, antes de que todo desaparezca… Así, lograís ver el verde agitado de la hierba mojada, el púrpura irreal de la hiedra de Agosto, el blanco brillante de aquellos numerosos puntitos esparcidos por todos lados, señalando la única presencia de vida por millas y millas: las ovejas… O mejor, la única presencia viviente que podrán distinguir, porque, inmersas en aquella espesa niebla, se tiene la impresión de que existen muchas otras criaturas que tal vez nos estan observando en ese momento, justo en ese momento en el cual nosotros en cambio no vemos más que contornos babeados dentro de manchas indefinidas de colores temblorosos…

Antes que el viento se lleve todo consigo...

¿Recordaís el film “What Dreams May Come” (en castellano “Más allá de los sueños”)? El alma del fallecido Robin Williams vagaba perdida en un más allá que no era otra cosa más que la representación de las pinturas de su mujer; vivía en sus cuadros y, cuando ella los borraba, aquel mundo paralelo en consecuencia se volaba, se derretía… Exactamente así, en Escocia, alguno desde un mundo lejano, tal vez el real, o todavía otro, echa furioso agua sobre sus paisajes dejando que se disuelvan en grandes charcos de colores para después volver a pintarlos, permitiéndoles brillar hasta el próximo temporal… Y nosotros, pequeños seres humanos, no podemos hacer más que intentar permanecer de pie, contra el viento, con los ojos al cielo, recogiendo aquellas últimas huellas de colores y esperando que alguno repinte el sol que nos permitirá ver una vez más…

Esperando que vuelvan los colores...

Quien ha estado en Escocia, quien ha cruzado aquella puerta, puede entender esta sensación de estar en la frontera entre el mundo real y aquel encantado, como si, caminando, de un momento a otro se superara la imaginaria línea más allá de la cual nada es imposible, más allá de la cual ni siquiera estamos seguros de poder volver atrás…

Caminando a duras penas, sobre un terreno por momentos duro y por momentos embarrado, inmerso en ese aire oscuro, pero tan limpio que hace mal a la nariz, en esa niebla densa pero delicada, tanto que se siente dulce sobre las mejillas, empapados en un mar de total silencio, ¿cómo saber cual es el mundo real y cual es el de los sueños? Nada puede darse por descontado, nada es seguro, creías tener el oceano enfrente, pero ahora no logro verlo más, creías saber el camino, pero ahora lo perdiste, creías haber visto un poco de sol detrás de las nubes, pero ahora ni siquiera alcanzas a ver las nubes mismas… En un mundo así de ambiguo tuve la sensación que de repente me habría podido encontrar el Dragón de la Suerte de “La historia sin fin” sin sorprenderme demasiado… al final en ese remoto país flotante, suspendido entre el océano y el cielo, la fantasía no es tan fantasia…